Haced esto en memoria de
Mí
12 de abril,
2011
“Y tomarán parte de la sangre
y la pondrán en los dos postes y en el dintel de las
casas donde lo coman.
“Y comerán la carne esa misma
noche, asada al fuego, y la comerán con pan sin levadura
y con hierbas amargas.
“Y la SANGRE OS SERÁ POR SEÑAL
en las casas donde estéis; y cuando yo vea la sangre
pasaré sobre vosotros, y NINGUNA PLAGA VENDRÁ SOBRE
VOSOTROS para destruiros cuando yo hiera la tierra
de Egipto.
“Y este día os será memorable
y lo celebraréis como fiesta al SEÑOR; lo celebraréis
por todas vuestras generaciones como ordenanza
perpetua.”
(Éxodo
12:7-8, 13-14)
Fue por el sacrificio de un cordero
pascual que el pueblo de Israel se libró del ángel de la
muerte.
Después de las plagas que Dios envió sobre
Egipto, contra el pueblo y sus dioses, Faraón siguió
endureciendo su corazón. Antes de que
Dios enviara el último juicio, quiso PROTEGER a su
pueblo del ángel de la muerte. Como tipo y
símbolo de lo que iba a pasar en el futuro, cuando Dios
enviara a su Hijo en expiación por los pecados, dirigió
a Israel a que sacrificase un cordero para cada familia,
y que untasen los dinteles de las puertas de cada casa
con la sangre del cordero. Así la SANGRE
sería la SEÑAL que LIBRARÍA a Israel del juicio de la
muerte y comiendo la carne tendrían la fuerza y la salud
necesaria para hacer el largo viaje a la tierra
prometida.
La Biblia declara que cuando salieron de
Egipto, no había ningún enfermo ni débil entre
ellos. Esos
acontecimientos eran símbolo o figura de lo que Jesús
iba a cumplir por la humanidad dando su vida como
sustituto para todos los que le aceptaran. Su sangre
derramada en la cruz, nos libró de la condenación de la
muerte y San Pedro recalcó: “por sus heridas
fuisteis sanados”.
(1ª Pedro 2:24)
Isaías profetizó casi ocho siglos antes
sobre el nacimiento de Cristo, nuestro Cordero pascual,
sobre sus sufrimientos y su muerte. El profeta
menciona con detalle todo lo que el Mesías iba a sufrir
para LIBRAR a su pueblo de la ESCLAVITUD del pecado y de
la OPRESIÓN del diablo.
Así como la pascua era un recordatorio de
que la sangre rociada en las casas traía la protección
del juicio de Dios, así también recordamos que obtuvimos
esa libertad espiritual gracias a la sangre que Jesús
derramó.
La obra de redención es completa y no se
le puede añadir nada, sino aceptar por la fe lo que
Cristo ha hecho, que hemos sido comprados no con oro y
plata, sino con la sangre preciosa del Cordero de Dios,
sin mancha ni pecado; aquel que se presentó a Dios como
expiación por los pecados del mundo y que fue aceptado
como el precio de nuestro rescate. Ya no nos
pertenecemos a nosotros mismos sino a aquel que nos
compró y nos libró de la esclavitud de Satanás.
“El cual nos ha LIBRADO DE LA
POTESTAD DE LAS TINIEBLAS, y trasladado al reino de su
amado Hijo, en quien tenemos redención por su sangre, el
perdón de pecados.” (Colosenses
1:13)
Debemos recordar el precio que fue pagado por
nosotros
Necesitamos recordar el precio que fue
pagado por nosotros, el valor que tenemos para Dios y lo
que le costó nuestra salvación.
“…Que el Señor Jesús, la noche
que fue entregado, tomó pan;
y habiendo dado gracias, lo
partió, y dijo:
Tomad, comed; esto es mi cuerpo que por vosotros
es partido; haced esto en memoria de
mí.
Asimismo tomó también la copa,
después de haber cenado, diciendo: Esta copa es el
nuevo pacto en mi sangre; haced esto todas las veces que
la bebiereis, en memoria de mí.
Así, pues, todas las veces que
comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del
Señor anunciáis hasta que él venga.” (1ª
Corintios 11:23-26)
El Señor quiso ser recodado por su cuerpo
flagelado y su sangre derramada en la cruz por
nosotros.
Las películas muestran a Jesús con los niños o
multiplicando los panes y los peces o sanando a los
enfermos, pero Jesús estableció un memorial celebrando
la pascua y el Cordero inmolado por nuestra
salvación.
Los grandes hombres de la historia son recordados
por sus hazañas y victorias en batalla o por sus éxitos
como presidentes y líderes, pero Cristo quiere que
enfoquemos nuestra mente en su muerte y en lo que hizo
por nosotros.
Su corona fue de espinos y su trono una
cruz. Él
dijo: “Y yo, si fuere levantado
de la tierra, a todos atraeré a mí mismo.”
(Juan 12:32)
El profeta Isaías, ocho siglos antes de su
nacimiento, describió su sufrimiento y agonía como
nuestro substituto.
“Más él herido fue por
nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el
castigo de nuestra paz fue sobre Él, y por su llaga
fuimos nosotros curados.” (Isaías
53:5)
Juan el Bautista lo introdujo a su
generación como “el Cordero de Dios que quita el pecado
del mundo”.
Desde la antigüedad Dios ha establecido
este principio:
“sin derramamiento de sangre no hay perdón de
pecados”.
Cristo derramó su sangre como requisito para el
perdón de nuestros pecados. Cuando el
enemigo viene como un torbellino tenemos que hacerle
recordar la cruz donde fue su derrota final.
Los mártires descritos en Apocalipsis
“vencieron por la sangre del Cordero y la palabra de su
testimonio”.
La respuesta a la condenación y al sentido de
culpa está en la sangre derramada por nosotros.
Debemos recordar que Cristo es nuestro Sumo
Sacerdote
Cristo es nuestro sumo sacerdote por el
cual podemos acercarnos al trono de la gracia.
“Porque no tenemos un sumo
sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras
debilidades, sino uno que fue tentado en todo según
nuestra semejanza, pero sin pecado.” (Hebreos
4:15)
“y no por sangre de machos
cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró
una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo
obtenido eterna redención. (Hebreos
9:12)
El acusador de los hermanos que nos acusa
ante el trono de Dios, noche y día, ha sido arrojado del
cielo, y la sangre de Cristo, en vez de hablar venganza,
como la sangre de Abel, habla perdón para cada uno que
se acerca a Dios en el nombre de Jesucristo. Los que fueron
mordidos por las serpientes en el desierto, como juicio
por sus pecados, fueron instruidos a mirar la serpiente
de bronce que Moisés levantó. Jesús dijo, como
Moisés levantó la serpiente en el desierto así el Hijo
de hombre será levantado. Todo aquel que
en Él cree, no será condenado. En el desierto,
al dirigir su mirada hacia la serpiente de bronce
levantada, les curó, ahora es nuestra mirada de fe
mirando a Cristo, la que nos libra del veneno del
pecado.
El antídoto contra la mordedura de
serpiente que mordió a Eva, es la sangre de Cristo. La Biblia dice
que si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo
para perdonarnos y limpiarnos de toda maldad.
La sangre nos purifica de las obras
muertas y de los esfuerzos humanos inútiles para
justificarnos ante Dios. También la
sangre nos hace dignos para servirle en santidad y para
presentar nuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo y
agradable a Dios.
Las sectas falsas y la ciencia cristiana
afirman que la sangre de Jesús en sus venas era igual
que la sangre derramada en libación. Esto es una
blasfemia y anula todo el poder del sacrificio de
Jesucristo.
Cuando expiró en la cruz dijo: “Consumado es”
esta palabra en griego significa “totalmente terminado”,
“perfectamente perfecto”, la justicia de Dios fue
satisfecha y el pecador puede acercarse a Dios a través
del sumo sacerdote, Jesucristo, que vive para siempre
para interceder por nosotros.
El mensaje de Juan el Bautista debe seguir
teniendo eco durante los siglos sobre todas las
generaciones.
“He
aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del
mundo.”
(Juan
1:29)
Jesús nos amonesta que recordemos esto no
solamente cuando tenemos la santa cena, sino cada vez
que nos acercamos a Dios en oración.
La cruz es el medio por el cual Dios ha
reconciliado al hombre consigo mismo y por su sangre nos
purifica para que seamos un pueblo santo, un real
sacerdocio, un pueblo adquirido para su gloria.
Dios no pide nada más que un
arrepentimiento y una fe en este mensaje para poner en
nuestra cuenta la justicia de su Hijo, borrando nuestros
pecados y echándolos en el mar de su olvido. La justicia de
Dios está imputada al creyente y una santidad nos ha
sido dada porque Él vive en nosotros. Es Cristo en
nosotros, la esperanza de gloria.
Debemos recordar lo que Cristo hizo por
nosotros
Cristo era el Cordero de Dios que vino a
quitar el pecado del mundo y a abrir la puerta para la
reconciliación de la raza humana con el Padre.
Desde que vino a la tierra y anunció su
ministerio, fue rechazado y menospreciado por el mismo
pueblo que vino a salvar. La Biblia dice
que vino a los suyos y los suyos no le recibieron. Jesús,
conociendo todos los sufrimientos que iba a padecer, se
ofreció a sí mismo, a Dios, en holocausto. Aunque como
hombre pasó una lucha terrible e inexplicable en el
huerto de Getsemaní, dijo: “Padre, si es
posible, líbrame de esta copa, pero no mi voluntad, sino
la tuya sea hecha”. (Mateo
26:39)
¿Quién puede entender lo que sufrió Cristo
antes de su crucifixión sabiendo claramente lo que le
iba a pasar?
Pidiendo a sus discípulos más cercanos que
vigilasen con Él en oración en su tiempo de dolor y
sufrimiento, sin embargo les encontró durmiendo a causa
de la tristeza.
A solas, se enfrentó con la furia y la rabia de
los fariseos y saduceos, que por envidia lo querían
destruir. A
solas, sufrió el odio de Satanás que para poder
esclavizar a la humanidad deseaba matar al Príncipe de
la vida y así tomar la corona que le pertenece a
Cristo. Lo
que no pudo conseguir en la tentación en el desierto,
ahora lo quiso conseguir, llenando el corazón de Judas
de amargura para poder traicionar a Jesús e incitando a
rabia a los judíos para matarlo: utilizando el
poder de Roma para acabar con el único hombre sin pecado
que podía ser el sustituto por la humanidad en
cautiverio.
Pero la pregunta surge, ¿Por qué una
muerte tan cruel?
¿Qué sentido tenían sus sufrimientos? ¿Era necesario
que fuera menospreciado, rechazado, vituperado,
avergonzado y luego mutilado de tal forma que ni parecía
un ser humano?
Isaías escribió siglos antes:
“Despreciado y desechado entre
los hombres, varón de dolores, experimentado en
quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue
menospreciado, y no lo estimamos.
Ciertamente llevó él nuestras
enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le
tuvimos por azotado,
Mas él herido fue por nuestras
rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de
nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros
curados.
Todos nosotros nos
descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su
camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos
nosotros.
Angustiado él, y afligido, no
abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y
como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y
no abrió su boca.
Con todo eso, Jehová quiso
quebrantarlo, sujetándole a padecimiento. Cuando haya
puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje,
vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en
su mano prosperada.” (Isaías
53:3-7,10)
La única respuesta a esas preguntas es que
fue una obra vicaria y sustitutoria por nosotros. SUFRIÓ EN
NUESTRO LUGAR.
Sabiendo todos los sufrimientos y padecimientos
que el pecado había causado a la raza humana, tomó en su
cuerpo todas las consecuencias de la maldición de la ley
y pagó completamente la deuda de la raza humana. Él pago una
deuda que no debía, y nosotros teníamos una deuda que no
podíamos pagar.
Las consecuencias del pecado son entre
muchas otras: el abandono y la separación de Dios, los
sentimientos de culpa, la vergüenza, la soledad, el
rechazo, el menosprecio, todo tipo de enfermedades
incurables, plagas, e inflamaciones, ceguera y opresión,
temores y ansiedades, sentimientos de desprotección y
orfandad etc.
En sus últimos momentos de vida
sintiéndose abandonado por el Padre, la carga de todo el
mundo cayó sobre él y Dios el Padre le dio la espalda, y
la oscuridad del infierno cayó sobre su alma
inocente.
El hombre puro y sin defecto tuvo que beber los
tragos de toda la inmundicia, maldad y porquería del
hombre, dando su alma como precio de nuestro
rescate.
¿Por qué tanta humillación y
sufrimiento?
Pues porque tuvo que ser el REPRESENTANTE DE CADA
SER HUMANO, y pagar por completo la condenación de la
ley. Así
Dios sigue siendo Justo, pues puede perdonar al
prevaricador y trasgresor de la ley ya que:
“Al que no conoció pecado, por
nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos
hechos justicia de Dios en Él”.
(2ª Corintios 5:21)
Dios no perdona sobre la base de
misericordia o compasión, sino sobre la base legal de
que nuestros pecados han sido pagados, la cuenta es
borrada y la justicia de Dios demanda libertad para el
trasgresor.
Dios pide solamente que reconozcamos
nuestro estado de depravación moral, que nos
arrepintamos de nuestros pecados y que aceptemos por fe
a nuestro sustituto, el que tomó nuestro lugar, pagó
nuestras deudas y ahora nos ofrece su justicia y su
condición como aceptables ante Dios. Cristo amó a la
Iglesia y se dio a sí mismo por ella para presentarla
santa y sin mancha como su novia.
“A fin de presentársela a sí
mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni
arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin
mancha.”
(Efesios
5:27)
Debemos recordar que Cristo es nuestro abogado y
defensor
Tú que estás padeciendo algo de lo que
Cristo pagó por ti en su obra vicaria, recibe por fe los
beneficios de su sacrificio y por fe echa tus ansiedades
sobre Él, pues tiene cuidado de ti. No es solamente
nuestro sustituto, sino nuestro ABOGADO y DEFENSOR. Si lo recibes
como tu Señor y Salvador, Él te defiende contra todas
las acusaciones de Satanás, el acusador de los hermanos
y escribe “pagado” sobre la factura de nuestro
pasado. La
Biblia declara:
“Si confesamos nuestros
pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros
pecados, y limpiarnos de toda maldad.” (1ª
Juan 1:9)
Él es fiel a su promesa. Él es justo,
porque no va a cobrar dos veces por el pecado. Si Cristo lo
pagó, el que en Él cree y en Él confía, está libre de
condenación.
“Y como Moisés levantó la
serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo
del Hombre sea levantado.” (Juan
3:14)
No sigas llevando lo que Jesús ya llevó
por ti, sino por la fe, mira a tu sustituto agonizando
por ti y esa mirada de fe te librará de la mordedura de
la serpiente.
“Padre Celestial, te doy
gracias por enviar a tu Hijo, Jesucristo, para redimir
mi vida. Te
doy gracias porque, a través de los sufrimientos de
Cristo, Él compró una redención para mi espíritu, para
mi mente y para mi cuerpo.
“Padre, mientras recibo la
santa cena, te pido que traigas fuerza y salud a mí
espíritu, mis emociones y mi físico por el nuevo pacto
que fue sellado a través de los sufrimientos de
Cristo.
Jesús llevó mis enfermedades, por lo que te pido
que levantes de mí lo que Jesús ha llevado para mí. Lo recibo por fe
y te doy toda la gloria y el honor, en nombre de
Jesucristo.
Amén.”
Vuestro compañero en la fe,
Daniel