El
camino a
Emaús
12 de noviembre, 2009
“Y he
aquí, dos de ellos iban el mismo día a una aldea llamada
Emaús, que estaba a sesenta estadios de
Jerusalén.
E iban
hablando entre sí de todas aquellas cosas que habían
acontecido.
Sucedió que mientras hablaban y discutían
entre sí, JESÚS mismo se ACERCÓ, y CAMINABA CON
ELLOS.
Mas los ojos de ellos estaban velados,
para que no le conociesen.
Y les dijo: ¿Qué pláticas
son estas que tenéis entre vosotros mientras camináis, Y
POR QUÉ ESTÁIS TRISTES?” (Lucas
24:13-17)
Amados
hermanos,
Si algunos
sufrieron desilusión, indudablemente, fueron los
discípulos de Cristo. Tenían tanta
esperanza en que Jesucristo, sería Rey y gobernarían con
Él. Todas
sus expectativas y sueños se frustraron, cuando le
vieron entregarse para ser crucificado en la cruz. No entendieron
nada.
Después
de Su resurrección Jesús cómo un buen pastor, fue a
buscar las ovejas que se habían descarriado. Su arresto,
sentencia de muerte, y su crucifixión fue un golpe
terrible a su fe.
Desilusionados, desanimados y tristes, comenzaron
el largo camino de regreso a sus casas. Pensaron ¿para
que seguir creyendo en el Mesías? ¡Jesús esta
muerto! La
vida ya no tiene sentido. Se preguntaron
entre ellos.
¿Hemos sido engañados? ¿Qué va a pasar
con nosotros ahora? Mientras andaban
y recordaban los hechos, de los últimos días, el Señor
se acercó a ellos, pero no le reconocieron porque no le
esperaban ver.
Él les preguntó: “¿que vienen
discutiendo por el camino? ¿Por qué estáis
tan tristes?” Aunque no eran
de los doce, Jesús se preocupó por cada uno de sus
discípulos.
También a nosotros nos busca cuando nos alejamos
de Él. Él
oye nuestras conversaciones y conoce nuestros
pensamientos.
Hay pocos que
no han andado por este camino, alejándose cada paso más
de su Jerusalén.
Es el tramo que nos distancia de la ciudad santa, el lugar donde se
hicieron consagraciones profundas y sagradas, el
lugar del aposento
alto, el lugar donde Dios quiere que estemos. Para
estos dos discípulos, Jerusalén les hizo recordar la
crucifixión de su Señor, el lugar de sufrimiento y la
perdida de todas sus esperanzas. Era el sitio de
desengaño, desilusión y dolor. Querían irse lo
más lejos posible de todas estas escenas dolorosas, los
traumas, el sufrimiento y la perdida de fe. Los recuerdos de
los últimos días eran como una pesadilla, y esperaban
despertar y encontrar que lo ocurrido era solamente un
sueño malo.
Al no entender Las Escrituras, estaban a punto de
perder su fe.
Cuando
pasan cosas que no entendemos, cosas que no tienen
lógica, ni explicación, nuestra fe es probada, como por
fuego. San
Pablo nos anima de tomar el escudo de la fe. El escudo es
para un soldado en guerra, para apagar los dardos de
duda y condenación. Si no
estuviéramos en una guerra, no sería necesario la
armadura, ni la espada del Espíritu que es
la
Palabra de Dios. “Pelea la buena
batalla de la fe, echa mano de la vida eterna, a la cual
asimismo fuiste llamado.” (1ª Timoteo
6:12)
Los
discípulos eran tan humanos como nosotros y padecieron
las mismas tentaciones. Sin tener la fe
en un Cristo vivo, no tenían el valor o el denuedo de
continuar luchando. Se escondieron
temiendo la misma suerte que su Maestro. La perdida de fe
es como la muerte y se necesita una resurrección. El apóstol Pedro
escribió:
“Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor
Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo
renacer para una esperanza viva, por la resurrección de
Jesucristo de los muertos,
para
una herencia incorruptible, incontaminada e
inmarcesible, reservada en los cielos para
vosotros,
que sois guardados por el poder de
Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está
preparada para ser manifestada en el tiempo
postrero.”
(1ª
Pedro 1:3-5)
El camino de
vuelta
Sigamos de
cerca el relato de los dos discípulos en el camino de
Emaús y veamos lo que podemos aprender de esta
narración:
1)
En primer lugar Jesús estaba
conciente de su situación. Él les
escuchaba.
No ignoraba su estado de ánimo. No estaban
solos. No
se podían alejar de Su amor y
cuidado.
“Sucedió que mientras hablaban y
discutían entre sí, Jesús mismo SE ACERCÓ, y caminaba
con ellos.” (Lucas
24:15)
Desalentados, habían abandonado
toda esperanza, pero, gracias a Dios, el Buen Pastor
anduvo buscándoles y presentándose a sus ovejas, una por
una. Fue
buscando las ovejas descarriadas y una por una, fue
renovándoles y devolviéndoles su fe que había sido tan
zarandeada.
Es tiempo, de que nosotros también
reconozcamos al extranjero caminando con nosotros. Él está
caminando a nuestro lado, escuchando nuestra confesión
de duda, sintiendo la tristeza y el desaliento que
sentimos y listo para revelarse a Sí mismo de nuevo como
el Señor resucitado.
No sigamos más caminando en este camino de
Emaús, pero reconozcamos nuestra condición,
arrepintámonos de nuestra ceguera y lentitud de corazón,
y creamos, y así restableceremos la comunión con Dios.
2)
En segundo lugar, no se dio a
conocer a ellos en el principio físicamente, sino que
antes les dejó hablar y expresar sus sentimientos, su
desilusión y sus heridos. Preguntó: ¿Qué pláticas
son estas que tenéis entre vosotros mientras camináis, y
por qué estáis
tristes?”
“Y les
dijo: ¿Qué
pláticas son estas que tenéis entre vosotros mientras
camináis, y por qué estáis
tristes?”
3)
Tercero, la
confesión de su fe perdida en el versículo 21 es muy
significativa:
“Pero nosotros ESPERÁBAMOS que Él
era el que había de redimir a Israel, y ahora, además de
todo esto, hoy es ya el tercer día que esto ha
acontecido.”
Habían sido testigos de la sepultura y la
muerte aparente de todas sus esperanzas. Las palabras,
“Pero
nosotros esperábamos” revela
claramente que su fe estaba en el PASADO. Habían confiado,
pero ¿ahora qué?
¿Les habían engañado Sus promesas? Decimos NO
enfáticamente.
“Dios no es hombre, para
que mienta, Ni hijo de hombre para que se
arrepienta.
El dijo, ¿y no hará? Habló, ¿y no lo
ejecutará?” (Números
23:19)
¿Esta tu fe también en el pasado? ¿Ha flaqueado en
tu confianza en el poder y el amor de Dios? Los discípulos
le dijeron, “y además de todo
esto, hoy es ya el tercer día que esto ha
acontecido.” ¡No midas las
promesas de Dios por los días! La fe no está en
el pasado, ¡es parte del presente! Dios es
eternamente "YO SOY". Después de
cuatro días, Jesús dijo a María: “¿No te dije que si
crees VERÁS LA GLORIA DE
DIOS?”
(Juan 11:40)
La
naturaleza de Dios, su amor, su poder y su Palabra, ¡son
eternas e inmutables! “Jesucristo es el mismo
ayer y hoy y por los siglos.” (Hebreos
13:8)
4)
Cuarto,
en vez de revelarse a ellos, les abrió el ENTENDIMIENTO,
citando las escrituras. Es de notar que
Jesús después de escuchar sus quejas e inquietudes les
regañó diciendo: “¡Que tardos de
corazón para creer todo lo que los profetas han
dicho!”
Antes de
mostrarles sus manos y su costado apeló a Las Escrituras
para abrir su entendimiento. Les dio una
prueba MAYOR que la vista y era la infalibilidad de las
profecías.
San Pedro utilizó las mismas tácticas dando mas
credibilidad a Las Escrituras que su propia experiencia
en el Monte Santo cuando escuchó la voz audible de Dios
diciendo: “Éste es mi Hijo amado;
estoy muy complacido con Él”. (2ª Pedro
1:17) Esta
revelación vino para confirmar la palabra de los
profetas, pues una experiencia, no puede ser un
sustituto por la
Palabra.
“Tenemos también la palabra profética
más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como
a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el
día esclarezca y el lucero de la mañana salga en
vuestros corazones.” (2ª Pedro
1:19)
Después de que Jesús había escuchado la
conversación de los discípulos tristes, comenzó a
exponer a ellos las escrituras que hablaban de Él. Este es tu
próximo paso: “Cómete el rollo que te
estoy dando hasta que te sacies”. (Ezequiel
3:3) Jesús
está en cada página de la
Palabra. Él es el Verbo
hecho carne.
Lo encontrarás en la Palabra.
Tu fe será restaurada cuando
permites que la Palabra se
convierta en parte de ti. Medita en él día
y noche.
Somos criaturas emotivos y a
veces damos mas credibilidad a cómo nos sentimos en vez
de lo que hemos creído. Es mas fácil
intentar entender, que de creer. Toda la vida
cristiana se puede resumir en esta palabra de Habacuc,
repetido después por el apóstol:
“Mas
el justo VIVIRÁ POR FE; Y si retrocediere, no agradará a
mi alma.
Pero nosotros no somos de los que
retroceden para perdición, sino de los que tienen fe
para preservación del alma.” (Hebreos
10:38-39)
Seguramente citó Isaías
53:
“Y
comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los
profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que
de él decían.”
“Ciertamente llevó él nuestras enfermedades,
y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por
azotado, por herido de Dios y
abatido.
Mas él herido fue por nuestras
rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de
nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros
curados.”
(Isaías
53:4-5)
5)
El
siguiente paso se encuentra en los versículos 28 y
29.
“Él hizo como que
iba más lejos.
Mas ellos le obligaron a quedarse, diciendo: Quédate con
nosotros.” Este extranjero
que les iba aclarando sus dudas y animándoles a seguir
creyendo, hizo como que si iba a continuar su
viaje.
Después que llegaron a Emaús, Jesús no se invitó
a si mismo.
Les dio bastante luz para que ellos le rogasen a
quedarse.
Dijeron: “Quédate con
nosotros, pues se hace tarde”. Esto debe ser
nuestra oración.
“y él
hizo como que iba más lejos. Mas ellos le
obligaron a quedarse, diciendo: QUÉDATE con
nosotros, porque se hace tarde, y el día ya ha
declinado.
Entró, pues, a quedarse con
ellos.”
Recordemos que Cristo nunca forzará Su
entrada. Él
quiere oír tu invitación. Cómo Jacob
cuando clamó: “No te dejaré, hasta que
me bendigas”. (Génesis
32:26)
¡Oh, que anhelemos con todo nuestro corazón
que Él se quede con nosotros! ¡Que la promesa
de Su presencia sea la pasión de nuestra vida! Su Palabra
declara: “Mi presencia irá
contigo, y te daré descanso”. (Éxodo
33:14)
“Yo nunca te dejaré ni te
abandonaré.” (Hebreos 13:5)
6)
Ahora vemos una hermosa imagen
de Jesús entrando en la casa en la aldea de Emaús a
cenar con los
discípulos.
“Y
aconteció que estando sentado con ellos a la mesa, tomó
el pan y lo bendijo, lo partió, y les
dio.
Entonces les fueron ABIERTOS LOS
OJOS, y le reconocieron; mas Él se desapareció de su
vista.” (Lucas
24:31-32)
Después que
entraron en casa y estuvieron sentados a la mesa, el
Señor Jesús tomó el pan y lo bendijo y sus ojos fueron
abiertos.
De repente lo reconocieron. ¡Estaba
vivo! ¡Es
el Señor!
¡Todo no se ha acabado! ¡Hay esperanza
aún! ¡Dios
tiene un plan, todo no ha sido un accidente fuera de su
control!
¡Todo formó parte del plan de
Dios!
La fe
opera por el amor.
Al creer que Dios nos ama, que reconoce y aprecia
nuestra obra de fe, volverá el coraje de seguir
luchando.
No hay imposibles para Dios. Como los
discípulos, amedrentados en la tormenta, viendo a Jesús
durmiendo en el barco, a veces clamamos: “¿Señor, no te
importa que perecemos?” El silencio de
Dios no significa su abandono. Hay que seguir
creyendo cuando no puedes ver la luz al final del
túnel. Lo
que el Señor le dijo a Pedro una vez, se puede aplicar a
nuestra situación también.
“Lo que yo hago, tú
no lo comprendes ahora; mas lo entenderás después.”
El padre del muchacho epiléptico
exclamó:
“Creo Señor, ayuda
mi incredulidad”. Dudarle es
traicionarle.
Corramos con paciencia nuestra carrera de la fe,
mirando a Jesús el autor y consumador de nuestra
fe. El que
mantiene su fe hasta el final será salvo. Muchos caerán,
muchos se enfriaran, y se apartaran del camino pero el
que sigue fiel hasta el final será salvo. El es poderoso
para guardarnos sin caída, y de presentarnos santos e
irreprensibles delante de Su presencia con gran
alegría.
Después de
que hayas escuchado Su voz y le hayas permitido entrar,
pon delante de Él lo mejor en tu vida. Muchos no tienen
la íntima comunión con Cristo porque están reteniendo y
no han dado todo libremente. Permitirle tomar
el sacrificio de tu vida como Él tomó el pan, permítale
bendecirlo, romperlo, y luego tus ojos se abrirán. ¡Verás como Él
es! Tus
ojos contemplarán al Rey en Su belleza. Experimentaras
el surgir de tu fe nuevamente. ¡Tendrás la fe
restaurada!
Los dos
discípulos regresaron a Jerusalén con gozo y con un
mensaje que puede cambiar el mundo. ¡El Señor ha
resucitado!
¡Él está vivo! San Pedro
escribió: “Habiendo renacido a una
esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los
muertos”.
Confiesa
ahora:
“Él vive y me ama,
me ha adoptado en Su familia, no me dejará
huérfano”.
Jesús
dijo: “En el mundo
tendréis aflicción; pero confiad, Yo he vencido al
mundo”. El Cristo en
nosotros vencerá al mundo, el diablo y la carne. Desencadena Su
poder y tu potencial por la fe. Toma el lado de
Dios, espera un milagro y no dimitas
jamás.
¡Señor restáuranos! Haz resplandecer
Tu rostro
Los
discípulos experimentaron la restauración de la fe. Asimismo,
necesitamos que Dios avive nuestra fe en Él. El rey David, en
el salmo 80, suplicó tres veces la misma
oración:
“Oh
Dios de los ejércitos, RESTÁURANOS; Haz resplandecer tu
rostro, y seremos salvos”.
Creo que su
clamor es el que actualmente necesita la
Iglesia y debería brotar en cada
corazón.
Muchos hemos sido decepcionados, defraudados,
heridos, otros estamos titubeando y tambaleándonos: ¡Señor
RESTÁURANOS, haz resplandecer Tu rostro y seremos
salvos!
Señor restaura nuestros dones, renueva nuestra
fe. Suba
esta plegaria al cielo como el incienso y descienda como
lluvia tardía, trayendo torrentes de bendición sobre
la
Iglesia.
Cada
experiencia traumática, cada sufrimiento, tristeza y
desunión, en nuestras vidas, ha ido minando algo de
nuestra fe, pero Dios ha prometido:
“Y os
RESTITUIRÉ LOS AÑOS que comió la oruga, el saltón, el
revoltón y la langosta, mi gran ejército que envié
contra vosotros.
Comeréis hasta saciaros, y ALABARÉIS
el nombre de Jehová vuestro Dios…y Mi pueblo nunca JAMÁS
SERÁ AVERGONZADO.” (Joel 2:25-27)
Seremos
saciados, con el gozo del primer día en que recibimos el
bautismo del Espíritu Santo y donde quiera que estemos
podremos regocijarnos y
alabarle.
Dios ha
prometido restaurar la fe, la visión, para emprender
algo nuevo.
No perdamos la ilusión. Sinceramente, mi
fe ha sido sacudida y probada por fuego, si hoy estoy en
pie, es por la pura gracia de Dios que me está
sosteniendo y restaurando. Él me está
avivando, dándome visión y nuevas fuerzas.
David, en su
oración por la restauración, cantaba:
“Cuando Jehová hiciere volver la
cautividad de Sión, seremos como los que
sueñan.” (Salmo
126:1)
Soñamos que
Dios nos reavive con los dones del Espíritu Santo;
entonces, aguardemos no solamente la sombra de Pedro
cayendo sobre los enfermos, sino también la otra parte,
la persecución.
Existen amenazas, cuando hay avivamiento. El avivamiento
no es para sentirnos mejor, sino para que el nombre de
Dios sea glorificado, honrado, bendecido y los demás nos
vean como “epístolas vivas” reflejando Su
gloria.
No creo que
vengan tiempos mejores, al contrario, van de peor en
peor, pues la opresión satánica es cada día mayor. Si sabemos que
estamos en los últimos tiempos, hasta cuando estaremos
esperando un ángel que venga a remover el agua. ¿Quieres ser
ungido del Espíritu Santo? ¿A que
esperas?
Cuando el profeta Daniel, supo que la profecía de
los 70 años de cautiverio de su pueblo se había cumplido
y era tiempo que Israel quitara el yugo de su cuello,
comenzó a buscar al Señor y la Biblia dice:
“Y volví mi rostro a Dios el Señor,
BUSCÁNDOLE en oración y ruego, en ayuno, cilicio y
ceniza.” (Daniel
9:3)
Reclamemos
las promesas de Dios, la restauración de nuestras vidas
y hogares, de la unidad de la Iglesia, los
dones del espíritu, el don de intercesión, el espíritu
de oración, la disciplina apostólica que hubo en
la
Iglesia primitiva, el temor de Dios
como resultado de esa disciplina, el gozo de la
salvación y la conversión de los
pecadores.
Dios
tiene algo para mí, y aún no lo he visto. No puedo decir,
como el siervo Simeón:
“Ahora, Señor, despide a
tu siervo en paz, conforme a Tu palabra; porque han
visto mis ojos Tu salvación”. (Lucas
2:29-30)
¡Quiero
ver la grandeza de la gloria de Dios en España! Por esta razón,
cada vez que predico digo: “Señor restaura
a Tu pueblo”.
Amen.
Un abrazo
paternal,
Daniel |